jueves, 7 de octubre de 2010

Enhorabuena Mario

A Mario Vargas Llosa le han hecho sudar el Nobel. No sólo eso: le han infligido una y otra vez la tortuosa forma de decepción consistente en postergarlo para dejar pasar a autores bastante más jóvenes y mucho menos reputados e influyentes. Parecía que tenía que pagar por una serie de pecados de índole extraliteraria, como su latinoamericanidad e hispanidad (demasiado reconocimiento al español, con gran representación americana, en el último cuarto del siglo XX), su liberalismo ideológico (en Estocolmo gusta más virar a babor), su condición de eterno candidato (con la alergia de los académicos suecos a lo obvio) o, en fin, su dedicación preferente a la novela, ese género tiránico y sobrerreconocido en la historia del escandinavo galardón.

Ha habido que esperar hasta 2010 para que la consistencia irrebatible de su talento quebrara la costra de hielo, cual si fuera la quilla de uno de esos buques de propulsión atómica que usan los rusos para abrir vías en el Ártico. ¿Cosas del calentamiento global? Es posible. Cabe que el transcurso de esta primera década del siglo XXI haya bastado para demostrar que, con todos los que tratan de enterrarla cada semestre, la novela sigue viva, o lo está más que nunca, como forma de relato y exploración compleja de la condición humana contemporánea. También estos años erosionaron las expectativas del peruano y de sus lectores, que tras sumar tantas desilusiones habíamos desesperado al punto de que el premio pueda llegar ahora como sorpresa.

Hasta el liberalismo ha sufrido sus rebajas, y de ser león rampante, desde 2008 para acá va como mucho por ahí como zorro encogido, con lo que dárselo a uno de sus paladines (simplificando mucho lo que Vargas Llosa es y representa) supone menos un gesto de vasallaje ante el amo que un guiño piadoso a un colectivo en apuros y en vías de rehabilitación.

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