lunes, 25 de octubre de 2010

Ciegos o miopes?

Día once de julio del 2010. Día del “orgullo nacional”. Nadie les resta méritos a los 22 jugadores que partieron hacia Sudáfrica con la misión de no decepcionar a un país que llevaba años queriendo ser campeón del mundo e hicieron su sueño realidad. Un día grande, un equipo histórico.

Hoy, tres meses después, al abrir las páginas de un periódico (no deportivo) me di cuenta de que ese hecho nos ha vuelto ciegos, pero se trata de una ceguera soberbia, esa que no permite ver más allá de las narices. El pasado viernes se entregaron los premios Príncipe de Asturias 2010 y aunque a muchos les cueste creerlo, estos galardones constan de ocho categorías, sí, sí, no sólo lo recibió la Selección Española de Fútbol, allí había más premiados, ver para creer.

Reaccione de manera extraña cuando al leer la noticia sobre el acto descubrí que las tres páginas que se le dedicaban sólo hablaban del premio al deporte, nada más…era como si fuese lo único que importara. Es razonable que al ser un hecho que nos llega profundamente sea mucho más atendido y acogido por todos, pero no puede obviarse que en la silla de al lado había eminencias del arte, las letras, la ciencia… que a lo largo de muchos años han conseguido importantísimos logros y avances que no deben pasar desapercibidos porque 22 personas hayan ganado seis partidos de fútbol.

No tengo nada en contra del “deporte rey”, sino todo lo contrario, el once de julio permanecerá intacto en mi memoria hasta que deje de usarla, pero no quiero que ese hecho me vuelva ciega y sorda ante aquello que también merece ser aclamado, aplaudido y respetado. Espero que al final sólo se trate de una miopía temporal, no quisiera dar la razón a quienes hace poco me denominaron a este país como “pandereta”. Desde luego, después de hoy, no me suena ni tan mal.

jueves, 7 de octubre de 2010

Enhorabuena Mario

A Mario Vargas Llosa le han hecho sudar el Nobel. No sólo eso: le han infligido una y otra vez la tortuosa forma de decepción consistente en postergarlo para dejar pasar a autores bastante más jóvenes y mucho menos reputados e influyentes. Parecía que tenía que pagar por una serie de pecados de índole extraliteraria, como su latinoamericanidad e hispanidad (demasiado reconocimiento al español, con gran representación americana, en el último cuarto del siglo XX), su liberalismo ideológico (en Estocolmo gusta más virar a babor), su condición de eterno candidato (con la alergia de los académicos suecos a lo obvio) o, en fin, su dedicación preferente a la novela, ese género tiránico y sobrerreconocido en la historia del escandinavo galardón.

Ha habido que esperar hasta 2010 para que la consistencia irrebatible de su talento quebrara la costra de hielo, cual si fuera la quilla de uno de esos buques de propulsión atómica que usan los rusos para abrir vías en el Ártico. ¿Cosas del calentamiento global? Es posible. Cabe que el transcurso de esta primera década del siglo XXI haya bastado para demostrar que, con todos los que tratan de enterrarla cada semestre, la novela sigue viva, o lo está más que nunca, como forma de relato y exploración compleja de la condición humana contemporánea. También estos años erosionaron las expectativas del peruano y de sus lectores, que tras sumar tantas desilusiones habíamos desesperado al punto de que el premio pueda llegar ahora como sorpresa.

Hasta el liberalismo ha sufrido sus rebajas, y de ser león rampante, desde 2008 para acá va como mucho por ahí como zorro encogido, con lo que dárselo a uno de sus paladines (simplificando mucho lo que Vargas Llosa es y representa) supone menos un gesto de vasallaje ante el amo que un guiño piadoso a un colectivo en apuros y en vías de rehabilitación.