viernes, 21 de noviembre de 2008

Ser hija única es un rollo. Hoy viendo un programa de hemanos y familias numerosas me he dado cuenta de que ser solamente uno tiene más inconvenientes que ventajas. Cuando era pequeña tenía que jugar yo sola con mis muñecas, no tenía nadie con quien pelearme y cada vez que algo se rompía era culpa mía, nunca existía el beneficio de la duda. Por otro lado siempre ganaba al parchis y al ajedrez aunque nunca sabía muy bien que color escoger...

Nunca he podido disfrutar de la visita de los amigos guapos de mi hermano, ni compartir el armario lleno de ropa de mi hermana. Siempre he sido la primera y la última para todo y nunca podré saber lo que es tener un sobrino...


No puedo negar que también tiene sus beneficios. Eres la favorita y la dueña de todos los regalos, no tienes que compartir los juguetes y la ropa nunca es heredada de tus hermanos.

Pero...de todas formas me hubiera gustado tener hermanos, bueno...muchos no, sólo uno, un hermano mayor, dos años por encima de mí, para que me fuera abriendo camino ante mis padres, me refiero a la hora de regatear minutos para salir de fiesta o para que me cubriera ante ellos en caso de emergencia...

Está claro que mis pensamientos son más idealistas que realistas, pero ya que no tengo hermanos puedo imaginármelos como me de la gana, pero para eso soy hija única.

viernes, 14 de noviembre de 2008

Siempre he creído que la peor sensación que se puede sentir es pasar vergüenza o quedar en ridículo delante de las personas que nos rodean. Hay quien dice que lo más sano es aprender a reírse de uno mismo porque eso nos hace grandes. Pero no podemos evitar que dentro de nosotros brote un estado de rabia o insatisfacción cuando nos damos cuenta de que hemos quedado como unos estúpidos frente a alguien. Y aunque de los errores se aprende, se trata de una piedra metida en nuestros zapatos que nunca desaparece, se transforma, disminuye o quizá aumenta según la situación, pero nunca dejamos de sentirnos en algún momento de nuestra vida como unos completos idiotas. No es una leyenda urbana o un mito social, un simple momento puede estropear un prometedor futuro, a corto o largo plazo. Puede arruinarte una entrevista de trabajo, una primera cita, una primera impresión...Entra en el partido ese miedo escénico que a todos nos corroe cuando sabemos que nos estamos jugando algo que de verdad nos interesa. Una persona optimista diría que todo eso se queda en nimiedades cuando la persona que tenemos en frente merece la pena, ya sea un posible jefe, un posible amigo o una posible pareja, pero yo nunca he sido de las que ven el vaso medio lleno, prefiero verlo a partes iguales y dejarlo en manos de las estadísticas. ¿Por qué sentimos tanto miedo a quedar en ridículo? Si, supuestamente, a todo el mundo le pasa a lo largo de su vida, ¿por qué cuando nos caemos en medio de la calle, nos levantamos e intentamos alejarnos lo antes posible del lugar de los hechos?. Está claro que a nadie le gustan las situaciones incómodas y mucho menos aquellas que nos hacen darnos cuenta de que cada vez nos acercamos menos a la perfección. Por ello nunca he sido fiel a las creencias de “la primera impresión es la que cuenta” o “segundas partes nunca fueron buenas”, prefiero acercarme a aquella que dice “errar es humano y perdonar divino”.

lunes, 10 de noviembre de 2008

Barcelona, tierra de Gaudí, de Las Ramblas y del Pantumaca.




martes, 4 de noviembre de 2008

Una de tantas...


La llamaban la niña mona de la calle rosa. Ojos grises, pelo negro. Vivía entre el humo en los pulmones y el ron añejo de “Casa Javier”. Nunca quiso estudiar, su sueño era ser cantante de rock. Con su melena al viento, su chupa de cuero y sus botines de tacón. No tenía buen oído. Para algunos tampoco buena voz. Muchos le prometieron la fama, otros simplemente una actuación, pero ninguno daba nada, a la mañana siguiente, al salir el sol. Cantó en bares de mala muerte, de mal nombre y reputación. Ganaba para tabaco y algún chupito de ron. Pasó noches en vela, esperando su ocasión, mientras más hombres prometían, una y otra vez, la misma canción. Dejo de creer en algo, en ella misma y en su alrededor. Los años fueron pasando, su sueño se esfumó, no llego a ser cantante, ni tan siquiera famosa del corazón. Pero hoy, tras diez años transcurridos sin pena ni pasión, todo el mundo conoce la historia de la niña mona de la calle rosa que quiso ser estrella del rock.

domingo, 2 de noviembre de 2008

Domingo


Madrid es otra los domingos por la mañana. Pocas veces puedo disfrutar de ella a horas tan tempranas pero cuando lo hago resulta sobrecogedor. Todo está en calma, los más madrugadores caminan tranquilos con su prensa y su bolsa de papel repleta de churros. El olor a chocolate recién hecho inunda el asfalto por donde apenas sobrevuela el tráfico. Los domingos son silenciosos, no se escuchan bocinas, ni frenazos ante un semáforo en rojo, ni siquiera sirenas de ambulancia en plena efervescencia. Los domingos nadie enferma. Hasta los días grises parecen soleados en la esquina de la Gran Vía con la avenida del descanso dominical. Salgo abrigada hasta las cejas. Se me empañan las pupilas por el frío. Se me pega a los huesos. No importa. Los domingos el frío no congela, sólo despierta los sentidos. Madrid parece otra ciudad, no es brusca, ni maleducada. Los domingos hasta el aire es puro. Me gustan los domingos madrileños, castizos, de chotis y organillo, de cerveza y calamares, de latina y lavapies. Madrid deja de ser durante unas horas pura materia gris.